miércoles, 21 de septiembre de 2011

PIÑATAS

Acaso el más honesto acercamiento a la práctica de la escultura en Guatemala sea la piñata. Si el arte es observar, pensar y re-definir metáforas, en una piñata es posible todo eso. Adentro de esa piel con papel de china y periódico, adentro de sus alambres amarrados con alicate que los niños piden para desmembrar el día de su cumpleaños, existe una grotesca proximidad con nuestro presente histórico y político. ¿Por qué no? Primero elegir una imagen popular, llenarla de dulces, para luego, con un palo bien adornado con estrellas doradas, hacer fila para reventarla y distribuirse los dulces en la jauría. Luego viene el pastel y la destapadera de regalos.
La sociedad guatemalteca luego de las elecciones es lo más parecido a ese pandemonium de cumpleañeros salvajes. Elegimos a quien le tocará darle por toda la madre a la imagen sonriente que pende de un lazo. La fila es larga y a quien no pasa de inmediato, le tocará luego, cuando el anterior pierda su oportunidad de sacarle todo.
Piñatas hay de todo tipo. Las hechas por primerizos y por expertos. Por artesanos que imitan a la perfección los trazos del Cartoon Network y los que se arriesgan dándole forma de Leonel Messi -con todo y camisola del Barcelona- al chunche. Personalmente me gustan las que no está muy bien definidas, aquellas con hombres araña cabezones o con pitufos alargados o con sexys tinkerbells de bustos prominentes. Su ingenuidad es tan majestuosa, como todos los intentos de hacer de Guatemala un estado democrático de primer mundo. Imitaciones que tratan de calcar sobre lo viejo y defectuoso, el modelo del progreso y la tolerancia; tratando de hacer efectiva una modernidad, construyéndola sobre la base de un pasado aberrante. Nuestros gobernantes son inexpertos hacedores de piñatas, pero no importa qué tan mal hecho se vea por fuera el estado, nuestro país sera apetecible mientras tenga algo adentro que pueda repartirse y tirarse.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

SESIONES CON MONTEFORTE


“Esa foto me la tomé con Luis Buñuel en México y en esa otra estoy con Pablo Neruda” –Decía Mario Monteforte Toledo con mucha seriedad, casi impenitente, luego de que observara el reloj Swatch amarillo que tenía en mi mano izquierda, pensando –seguramente- que era horrible. Alrededor de aquella sala el escritor tenía colgados cuadros increíbles. Me llamaba mucho la atención un Guayasamín que era digno de estar en un museo y tres curiosos grabados que compró en alguna parte del mundo que ya no recordaba. En mi caso, yo tenía encima un horrible marbete que decía “escritor joven”, y él no cesaba de hacerme preguntas. ¿Ya conocés a Ezra Pound? –no, eh… ¡Qué desgracia! Empezá con éste, luego te doy estos otros dos, no más no te los vayás a robar porque así he perdido bibliotecas y amistades. Durante cuatro años frecuenté su casa y poco a poco dejé de ser su alumno y me convertí en su amigo. Alguna vez me llamaba para que leyera alguna novela suya en proceso o porque su computadora se había vuelto loca. Yo salía de mi trabajo a las cuatro y media, luego me subía a un bus para ir a su casa en la zona 15. Pasaba un par de horas leyendo en su biblioteca y escuchando como regañaba a los escritores y a los artistas que reverencialmente llegaban a tomar café con él. Puedo decir que me formé leyendo libros autografiados, muchos le habían sido entregados al novelista por sus mismos autores. Una vez Monteforte me encontró leyendo a Octavio Paz, me lo quitó de las manos y me dijo: Dejá de perder el tiempo leyendo a ese tipo, tené, aquí está César Vallejo y T.S. Eliot. Recuerdo que al salir para tomar la Uno, luego de mis sesiones con Monteforte, veía aquel autobús lleno de gente como algo francamente poético; sentía como si la literatura me quemara, entonces me sentaba y con la poca luz que iluminaba la camioneta me ponía a escribir lo que más tarde sería ese libro de poemas.

miércoles, 13 de julio de 2011

EN LAS CALLES DE GUATEMALA


En las calles de Guatemala reptamos sin crecer, porque crecer significa morir. En las calles de Guatemala hay una escarcha de resignación que nunca se derrite. En las calles de Guatemala un chico de quince le dispara a una abuela de sesenta. En las calles de Guatemala hay un vendedor de algodones de azúcar frente a la escena del crimen. En las calles de Guatemala sicarios y oficinistas comen en la misma carretilla de hot dogs. En las calles de Guatemala los buses se quedan sin piloto. En las calles de Guatemala los grafiti dicen todo, pero a nadie le interesa. En las calles de Guatemala suceden milagros que se pierden en el ruido. En las calles de Guatemala los altoparlantes le piden a Dios que no se vaya. En las calles de Guatemala los niños le sacan brillo a los zapatos de los ministros. En las calles de Guatemala el dolor ya no nos devuelve nada. En las calles de Guatemala las vallas publicitarias nos bloquean el cielo. En las calles de Guatemala los pájaros se estrellan contra las campanas de las iglesias. En las calles de Guatemala los puentes tienen cercos para que nadie salte de ellos. En las calles de Guatemala la sirena de una ambulancia separa el mar rojo de la hora pico. En las calles de Guatemala los diarios envuelven la carne roja de los mercados. En las calles de Guatemala las victorias se saludan con cohetillos calibre cuarenta y cinco. En las calles de Guatemala los muros son altos e imposibles de saltar. En las calles de Guatemala la poesía se derrite sin finalizar su camino. En las calles de Guatemala quedan volcanes de ropa sin gente. En las calles de Guatemala no se respira sino se sangra. En las calles de Guatemala la tristeza se abre por todos lados. En las calles de Guatemala estas palabras pasarán hoy directo al olvido. En las calles de Guatemala nos gritamos todo y no podemos decirnos nada.