viernes, 17 de octubre de 2008

CAFÉ ANTES MERIDIANO

Preparar café es un gesto sencillo y maravilloso. Llevar calidez a la persona que recién despierta es quedarse con ella durante todo el día. Algo tiene este pequeño acto que se hace indispensable para nosotros. Saber que está ahí, sentir su presencia y su agrado. Sentir su complicidad en nuestra vida.
No existe nada que nos garantice la compañía de otra persona. Muchos improvisamos distintas formas de amor que nunca resultan. Creemos que entregarnos es simplemente acosar el afecto y hacer cosas materialmente grandes que anulen nuestra inseguridad ante el ser que amamos. Olvidando las cosas sencillas y las cosas primordiales, los grandes proyectos van desplazando las breves batallas. Esos pequeños combates perdidos que desgastan nuestros esfuerzos por contener esas presencias tan deseadas.
Nunca retendremos la compañía de alguien si buscamos desesperadamente toda su atención. Ya lo dice el poeta latino Ovidio en cada una de las páginas de El Arte de Amar, acaso el libro más importante que se ha escrito acerca del tema, la atención se logra haciéndonos invisibles, regalando pequeños actos consecutivos que se hacen rituales. Leyendo este tratado milenario sobre la espontaneidad del afecto, se va develando el secreto de ese ritual cotidiano que cala profundamente en todos nuestros actos: sentirnos merecedores del amor.
Invertir unos minutos en dejar parte de nosotros en alguien -ya sea preparando el café de la mañana, ya sea platicando o admirando su talento- deja más memoria que cualquier derroche de habilidades, belleza o esfuerzos.

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