lunes, 4 de julio de 2016

NUESTRO RUIDO INTERIOR

A veces la bocina de un carro nos despierta. Vamos cruzando una esquina. Es tan intenso nuestro ruido interior que pareciera encerrarnos en su laberinto.
Nuestros pensamientos nos van tragando. A veces tanto deseo, a veces tanto miedo, tanta tristeza, tanta intensidad… nos distrae ese espectáculo adentro de nosotros, sentimos, incluso, que no lo podemos controlar y que nos vamos desbordando. Perdemos contacto con las cosas de afuera.
Pero son tantos los gritos que vamos tragando. Son tantas las voces que hacen eco en nosotros y tantas las palabras graves, bellas, tiernas, tercas, y tanta la información inútil, la hora desperdiciada; la rabia, la lástima y es tanto el apego a nuestra propia derrota, que se hace imposible salir de lo que otros pusieron en nosotros; aquellos que colonizaron todas nuestras decisiones.
Hace falta aprender a escuchar y a observar para reeducarnos en una sociedad repleta de frustraciones. La retórica del éxito con que taladramos la cabeza de los más jóvenes. Los fanatismos religiosos que extraen de los más ignorantes las más retorcidas intolerancias. La muy breve gloria que incentiva luchar por ser parte de la gente bonita. El desperdicio de neuronas que son los programas de concursos. La consigna de que entre más idiotas seremos más populares, o entre más populares seremos más idiotas.
No sabemos a ciencia cierta qué somos dentro de este bosque de símbolos. Todo suena al mismo tiempo y se mezcla con tantas cosas que vienen de afuera. Nos inundamos de lo que no somos. Es un naufragio no encontrar un lugar dónde reposar nuestras ideas. ¿Qué es nuestro y qué es de los demás? ¿Nacimos para ser el basurero emocional de un sistema cuya consigna es vender nuestros miedos e inventar nuestras necesidades?
Detenerse unos minutos y observar en silencio el ir y venir de la gente inmersa en su propio ruido. No existe mejor prisionero que aquel que no descubre su propia cárcel.

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