Eso que llaman ocio y que es un
delito para nuestra época. Cometer el acto delictivo de ocupar nuestra mente en
algo que no sea producir dinero. Tiempo libre que no es igual a desempleo.
Tiempo libre que no es lo mismo que inacción.
Ese paraíso reducido a la mínima
importancia. Quienes tenemos el lujo de tener un trabajo le llamamos vacaciones a un feriado de tres
días. Día a día corremos de un empleo a
otro. Ocupamos sábados y domingos buscando más remuneración o estudiando una
carrera que nos guste poco, pero que nos
ofrezca la esperanza de algún día tener “tiempo libre”. Nunca está por
demás decir que en Guatemala un salario
de trabajador (dije trabajador, ojo) no alcanza para mantener una familia
pequeña.
Termina la faena. Encendemos el
televisor. Llegamos justo a la hora del noticiero de cierre. Los macabros
hallazgos entran por nuestros oídos, nuestros
párpados ya cayeron rendidos. La
luz de la pantalla lanza chispazos mientras dormimos sentados en el sofá.
El tiempo para el ocio es un sueño
muy caro. La mayoría de artistas que conozco laboran en cosas muy distintas a
eso que los apasiona. La lógica de patrón-esclavo que todavía nos sujeta se
niega a reconocer el talento y aprovecharlo. Trabajar significa cumplir un
horario improductivo; un tiempo forzoso y sin resultados. De eso que nadie se
interese en dar un poco más. La gente que disfruta lo que hace es vista con
sospecha y con rabia por los demás. Amar es identificarse. Asumir una labor con
amor es ocupar nuestro tiempo libre en aquello sin sentirlo como yugo. Muchos
sabemos lo que significa cenar con
nuestra familia y luego recluirnos en un cuarto silencioso para redactar una
novela o una columna como la que usted, amigo lector, está leyendo en este
momento. Nos caemos del cansancio, pero nos motiva más el reto de ir
contracorriente.
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