Una gota cae en esa
acera. Junto a la gota quedan cascabillos. Es tarde-mañana-medio día. La gota
crece y apenas se percibe. La gente corre y los gritos no son audibles porque
hay demasiado ruido. La capital de Guatemala es el ruido y el ruido extirpa los
gritos de las niñas que corren.
Junto a la gota viene
otra gota luego de otra gota y otra gota. Entonces la alerta. Por teléfono
alguien llama a los bomberos, otros llaman a la policía. Alguien dice ver dos
hombres, otro dice ver solamente uno. La
señora dice que el hombre las hinco.
Retintinea la campana del heladero que
vigila la masacre. Las gotas van creciendo, brotan de una cabeza
pequeña. La banqueta se mancha de un rojo que de inmediato se oscurece.
El sicario huyó en la
moto. Bajó, subió... nadie sabe nada. El “Yo sólo vi que venía”, el “Yo sólo vi
que saco el cuete”, el “Yo sólo le dije a mi hija agachate”, el “Yo sólo me
cambié a la banqueta de enfrente”. Entonces revienta el escalofrío de las
ambulancias entrando a contravía. Patrullas que cierran el paso de la calle y
de la avenida. Ellos sólo encuentran gotas, que ahora son cientos, que son
miles, que bajan de la acera y caen sobre el asfalto; en ese asfalto que será
cubierto de aserrín dentro de un par de semanas y en ese asfalto donde los
penitentes cargaran enormes andas con la imagen de un cristo empapado también
por gotas, pero inmóviles porque éstas nunca llegaran a la acera para cambiar
de color.
Las nubes condensan
la suciedad del clima. Hace calor. Los bomberos se llevan el cuerpo de dos
niñas del Instituto Nacional Centro América. Las gotas se han derramado, los
peritos levantan los cascabillos, interrogan a las personas, los noticieros
hacen su trabajo y el camarógrafo proyecta su mirada en las miradas de espanto
de quienes halla enfrente. Gotas transparentes llenan la acera y la gente
alrededor está enardecida. “Matar a esos malditos, matar a esos malditos,
¿Dónde está la mano dura señor presidente? Mate a esos malditos que le hicieron
esto a estas niñas, somos gente humilde, somos gente, somos gente...
La voz alcanza la
pólvora. Indignación de los funcionarios. Indignación del ciudadano común.
Indignación del columnista. Indignación del que estuvo y del que no vio nada.
Las gotas con los días se van secando. Cierran preventivamente el instituto. La
gente tiene miedo, pero ante el miedo surge una excusa: las muchachas pobres
siempre tienen novios maleantes, la violencia las busca, la violencia las
alcanza, la violencia las hinca, la violencia les dispara.
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