viernes, 17 de octubre de 2008

CAFÉ ANTES MERIDIANO

Preparar café es un gesto sencillo y maravilloso. Llevar calidez a la persona que recién despierta es quedarse con ella durante todo el día. Algo tiene este pequeño acto que se hace indispensable para nosotros. Saber que está ahí, sentir su presencia y su agrado. Sentir su complicidad en nuestra vida.
No existe nada que nos garantice la compañía de otra persona. Muchos improvisamos distintas formas de amor que nunca resultan. Creemos que entregarnos es simplemente acosar el afecto y hacer cosas materialmente grandes que anulen nuestra inseguridad ante el ser que amamos. Olvidando las cosas sencillas y las cosas primordiales, los grandes proyectos van desplazando las breves batallas. Esos pequeños combates perdidos que desgastan nuestros esfuerzos por contener esas presencias tan deseadas.
Nunca retendremos la compañía de alguien si buscamos desesperadamente toda su atención. Ya lo dice el poeta latino Ovidio en cada una de las páginas de El Arte de Amar, acaso el libro más importante que se ha escrito acerca del tema, la atención se logra haciéndonos invisibles, regalando pequeños actos consecutivos que se hacen rituales. Leyendo este tratado milenario sobre la espontaneidad del afecto, se va develando el secreto de ese ritual cotidiano que cala profundamente en todos nuestros actos: sentirnos merecedores del amor.
Invertir unos minutos en dejar parte de nosotros en alguien -ya sea preparando el café de la mañana, ya sea platicando o admirando su talento- deja más memoria que cualquier derroche de habilidades, belleza o esfuerzos.

CIELO

Con la Ilustración los intelectuales europeos desterraron la palabra Dios de sus escritos. En los siglos XIX y XX se radicalizó esta postura, mostrando la fe como uno de los tantos artilugios del poder para adormecer a las masas. Tengo que confesar que luego de leer compulsivamente casi todo lo que llega a mis manos y de poner en crisis casi todo lo que me es inteligible, no me reconozco como ateo.
Entiendo el daño que causan los fundamentalismos religiosos. Entiendo que inculcar “culpa” es la mejor arma para abusar de los débiles. Entiendo que la recompensa celestial es lo que mueve a dar caridad, porque es más fácil sentirnos piadosos que sentirnos justos.
Musulmanes, cristianos y budistas se han repartido una humanidad en cenizas. El primero y el segundo inciden en el autoritarismo o en el lucro y el tercero, más milenario y asentado en prácticas más contemplativas, tiene el territorio sagrado del Tibet que, como el Vaticano, confirma a la religión como el asunto más terrenal y político que existe.
Yo no me considero ateo, quizá porque la idea de Dios es poética. Entiendo a la gente que necesita salvarse, quizá porque yo también lo necesito. Muchos grandes poetas escriben sobre la fe: Rubén Darío, William Blake, César Vallejo y hasta el más misántropo genio de nuestros tiempos, Charles Bukowski, dice “si quieres saber dónde está Dios, pregúntale a un borracho”.
Quizá no haya más cielo que esta enorme y solitaria fragilidad que es necesario llenar con grandes esperanzas.

SÍSIFO

Empujar una enorme roca desde la cima de una montaña y luego echarla a rodar. Contemplar su caída. Volver de nuevo al inicio y subirla. El absurdo es la existencia misma -dice Albert Camus. Una existencia que debemos soportar, no porque la deseamos, mas bien, porque nos familiarizamos tanto a ella que le tememos más a la nostalgia que a la infelicidad.
Camus lanzó hace más de setenta años un brillante argumento para describir el absurdo de la condición humana: El mito de Sísifo. Sin que le calara muy profundamente la varicela existencialista y el marxismo ortodoxo de sus contemporáneos, fue un autor que escribió partiendo de sí mismo y no de los postulados teóricos ni de los caprichos de la academia. Un novelista directo y lúcido que –a pesar de ser herido con el adjetivo de “pesimista”- buscó sacudir las certezas de quienes lo leyeran. Su obra provoca de inmediato una reacción dentro de nosotros, una especie de vértigo y confusión ¿Será que en realidad somos felices viviendo una vida que no elegimos, respondiendo a una rutina que detestamos o soportando a personas que sólo pueden provocarnos culpa y dolor?
Pienso en las muchas formas que tenemos de resignarnos. Aceptamos la vida tal como nos obligaron a vivir. Siempre buscando guías, directrices, gurús, ministros... Esta sociedad de modulaciones publicitarias y mojigatas nos coloniza, nos agrede sin que nos demos cuenta. Pero realmente somos libres mientras no lastimemos, abusemos o mintamos. Plenos de hacernos responsables de nuestros actos. En una granja de conformismo, cualquier gesto individual es censurado por los chantajistas de la normalidad. Ante tal estado de cosas, la única vía digna es la inconformidad.

Ser inconforme es simplemente defender nuestra decisión de sentir. Ser inconforme es negarnos a todo lo que consideramos estupidez, mediocridad y letargo. Ser inconforme es nadar muy lejos de las orillas que parecen seguras.

SIMULADORES DE VIDA

Vemos una película. En dos horas el protagonista nace, envejece y muere. Nos metemos en su vida, la juzgamos, la miramos con la distancia y el juicio de unos dioses fisgones: es bueno, es malo, es más que bueno, es peor que malo. La pantalla es un simulador de vida. Así ordenamos nuestro asombro, a través de imágenes concisas que resumen una existencia.
Devoramos imágenes y somos devorados. La idea de tener una vida en las redes sociales, es posar una vida para que esos dioses remotos que nos observan tengan una idea aproximada de lo que somos o intentamos ser. Nos dedicamos a proyectar lo que pensamos tiene algo de intensidad. La intensidad es pasión, esperanza y libertad: cosas que no pueden ser explicadas a través de simples imágenes, son experiencias humanas e indefinibles.
Pasamos más tiempo hablando de la intensidad, que viviendo intensamente. Nos observamos aferrándonos o repudiando nuestra imagen. El narcisismo es el opio de los pueblos de hoy. Pellizcamos opiniones, ideas, argumentos, militancias. La indignación o la bondad permanece mientras seamos vistos. Así nos adscribimos a determinados grupos o formas de pensar. Pero en la acción somos distintos e incoherentes. 
Así pasa nuestro tiempo en una vida rutinaria y sin matices. Procrastinando en un poco de todo.  Sin experiencias reales ni compromisos. Observando a otros y pidiendo ser observados. Estrellas de nuestra propia historia.  Así vamos construyendo ese futuro tan mencionado por todos. 
El futuro es sólo una ilusión, El presente es todo cuanto tenemos como individuos. El rastro de cuanto somos es lo que inmediatamente vamos construyendo. Lamentablemente nada puede ser mejor si todas nuestras imposturas y deseos, sólo permanecen latentes en una pantalla.
Quizá hace mucha falta tener un tiempo solos y lejos de las miradas que nos definen. La soledad actual no es otra cosa que tener un pensamiento propio.